En medicina intensiva, el oxígeno es una de las terapias más simples y, al mismo tiempo, más críticas. Su administración parece elemental, casi instintiva: el paciente necesita respirar, y se le da oxígeno. Pero esa aparente simplicidad esconde una complejidad fisiológica y técnica que no siempre se domina del todo. El oxígeno salva vidas, pero también puede dañarlas. Y cuando se combina con el uso de ventilación mecánica, el margen de error se estrecha aún más.
No se trata solo de calibrar una máquina o ajustar una mascarilla. Administrar oxígeno o iniciar una ventilación asistida implica tomar decisiones que modifican profundamente el equilibrio respiratorio, hemodinámico y metabólico de un paciente. Y si se hace mal —por exceso, por defecto, o fuera de tiempo—, las consecuencias pueden ser graves. A veces irreversibles.
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Ni demasiado, ni demasiado poco: el falso confort de lo evidente
Uno de los errores más persistentes en la práctica clínica es asumir que más oxígeno siempre es mejor. Pero el oxígeno, como cualquier fármaco, tiene una dosis terapéutica y una dosis tóxica. Hipoxemia e hipoxia deben corregirse, sin duda, pero hiperventilar a un paciente o mantenerlo sistemáticamente con saturaciones elevadas, muy por encima de lo necesario, no es una medida prudente: es un riesgo evitable.
El exceso de oxígeno puede provocar vasoconstricción coronaria, toxicidad pulmonar, y agravar lesiones oxidativas en órganos vulnerables. En determinados contextos, como el infarto de miocardio, la EPOC o ciertas enfermedades neurológicas, el exceso de oxigenación puede incluso empeorar el pronóstico. Y, sin embargo, sigue siendo habitual ver pautas estandarizadas sin individualización, donde se administra oxígeno por inercia más que por necesidad real.
El problema es doble: por un lado, la tendencia a sobretratar; por otro, la falta de revisión continua de las indicaciones sanitarias. Porque un paciente que necesitaba oxígeno hace dos horas puede ya no requerirlo ahora. Pero si nadie lo comprueba, se mantiene. Y eso también es una forma de error clínico: el que resulta de no volver a mirar.
La ventilación mecánica: un salvavidas que hay que saber manejar
En el otro extremo del espectro está la ventilación mecánica, mucho más compleja en su implementación y con un potencial de daño directamente proporcional a su capacidad de soporte. No se trata solo de conectar a un paciente a un respirador: se trata de hacerlo en el momento justo, con los parámetros adecuados y siguiendo una estrategia ventilatoria que respete la fisiología pulmonar del individuo.
Ventilar mal no siempre significa hacerlo de forma brutal. A veces, los errores son silenciosos: volúmenes inapropiados, presiones mal ajustadas, tiempos de inspiración demasiado largos, o desincronías entre el paciente y la máquina que se pasan por alto. Cada uno de esos desajustes puede inducir lo que se conoce como lesión pulmonar inducida por ventilación (VILI, por sus siglas en inglés), una complicación que no proviene de la enfermedad de base, sino de la propia terapia.
El arte de la ventilación mecánica no consiste en hacer respirar a un pulmón que no puede, sino en hacerlo sin dañarlo más. Es un equilibrio fino, que requiere conocimiento técnico, experiencia y, sobre todo, monitorización constante. Porque el problema no es solo cómo se inicia la ventilación, sino cómo se adapta, cómo se sostiene y, finalmente, cómo se retira. Y en cada una de esas fases puede haber fallos.
La negligencia como resultado de un sistema mal engranado
Muchos de los errores en la administración de oxígeno y ventilación no se originan en una única mala decisión, sino en una cadena de descuidos, malentendidos o protocolos obsoletos. A veces, la indicación no se reevalúa con la frecuencia necesaria. Otras veces, no se documenta adecuadamente la evolución del paciente. Hay casos en los que las alarmas del respirador se desconectan porque “molestan”, o se responde tarde a un cambio de patrón respiratorio. Todo eso no es mala praxis en su definición más sensacionalista, pero sí en la que realmente importa: la que pone en peligro al paciente por omisión de cuidado riguroso.
Además, la formación insuficiente en ventilación mecánica sigue siendo un problema estructural. No todos los profesionales están entrenados para ajustar parámetros ventilatorios en tiempo real o interpretar los datos que la máquina ofrece. En situaciones críticas, ese déficit puede traducirse en decisiones erróneas o en una dependencia excesiva de las configuraciones preestablecidas. Y cuando el paciente no encaja en ese molde, empieza el problema.
El factor humano: presión, fatiga y decisiones automáticas
No se puede hablar de errores sin mencionar las condiciones en las que muchas veces se trabaja. La presión asistencial, el cansancio acumulado, la sobrecarga de tareas y la falta de tiempo real para analizar cada situación hacen que muchas decisiones se tomen por reflejo más que por análisis. Es más fácil dejar el oxígeno como está, o mantener al paciente ventilado un día más “por si acaso”, que revisar a fondo si la indicación sigue siendo válida. Pero esa facilidad es precisamente la trampa.
La medicina intensiva no perdona la rutina. Cada cambio clínico importa, y cada intervención cuenta. La ventilación y la oxigenoterapia no son medidas accesorias, sino intervenciones mayores que, mal aplicadas, pueden transformar una situación grave en una crítica.
Prevención: lo que no se ve, pero marca la diferencia
Prevenir errores en este contexto no significa evitar decisiones complejas, sino tomarlas con criterio, apoyarse en la evidencia y no perder nunca la vigilancia activa sobre el paciente. Es imprescindible individualizar, reevaluar constantemente y asumir que el protocolo no sustituye al juicio clínico y tampoco lo exime de responsabilidad.
La seguridad en la administración de oxígeno y ventilación no depende de una máquina, ni de una pauta fija: depende de una mirada clínica entrenada, de un sistema que permite trabajar con rigor y tiempo, y de una cultura médica que no se conforma con “hacer lo correcto”, sino con hacerlo bien.
Porque cuando se juega con el aire que entra y sale de un cuerpo vulnerable, no hay espacio para la improvisación. Y mucho menos para la negligencia médica.